miércoles, 13 de febrero de 2013

HOY...


Todos los días intentamos reinterpretar nuestras realidades.  Algunos por miedo a caer en un letargo que los destine a no vivir.  Otros por variar una rutina autoimpuesta disfrazada de la imposición de un sistema que no hace más que aprovecharse de su poder.  Y ¿hacia donde nos dirigimos? ¿Cuál debe o tiene que ser nuestra manera de pensar, nuestra manera de actuar?  Contestaciones hay por barril, pero quizás las más comunes, aunque viciadas, son las antes descritas.  Todos, con diferencias evidentes, somos necesarios para subsistir en un mundo finito y que requiere lo miremos distinto y creativamente cada día.  Sin embargo, ya no hay espacio para una reinterpretación tan individualista como esa.  Es hora de que la realidad colectiva cambie, se adapte, se transforme.  Una en la que podamos apostar al mejoramiento de la empatía social, con una educación sustentada por lo común, por el apoyo al prójimo y por lo cultural.
 
Soy de los que creo, positivamente, que todo es inversamente proporcional socialmente hablando.  Pues si llegamos a tal punto de desventura podemos invertir ese proceso y volver a algunos orígenes necesarios para que perduremos.  Vale la pena el intento.  No basta con quejas de lo que es y podría ser, hay que caminar, dar pasos que por pequeños que sean ayuden a delinear un rumbo a esa restructuración que tanto necesitamos que fortalezcan nuestras bases sociales.

Basamos en valores equivocados el éxito, anteponiendo lo individual y material sobre lo colectivo y social.  Los modelos que tenemos son vergüenza y descaro solo al amparo de la impunidad.  Nos bombardean con constantes ataques a la buena voluntad y paciencia que tenemos como pueblo.  Mientras jóvenes se enfrentan a encrucijadas en el desarrollo de sus vidas, creadas en gran medida por la estructura social impuesta y aceptada, vemos a “líderes” luchando por sostener beneficios y apelar a muchos más con razones superfluas y descaradas.  Lo peor es que lo permitimos.

Ya no debemos, ni podemos, dejar en manos de algunos nuestro bienestar y futuro.  En la cotidianidad individual hagamos que se propicie el bien colectivo.  Trabajemos el presente.  Debemos recuperar nuestra capacidad de indignación, no para solo protestar sino para identificar carencias y problemas con el fin de mejorarlos.  Día a día reinterpretamos la cotidianidad para adaptarnos, ahora tenemos que reinterpretarla para evolucionar.  Educar con nuestro ejemplo y acciones diarias bastará para el establecimiento de cimientos sólidos de la recuperación.  Solo imaginar que cada habitante tenga una buena acción, de su brazo a torcer, sea cortés o simplemente sonría a un desconocido hará que aflore la esperanza, una que redunde en un mejor entorno y un mejor país.  Al final las pequeñas cosas resultan en grandes y positivos cambios.

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