En el desarrollo de un ser humano que decida dedicarse a alguna manifestación creativa se le exhorta a establecer intenciones en cada cosa que realiza. Ya sea, por ejemplo, un músico que realiza su obra con el fin de obtener determinada reacción de quien la escucha, que puede ir desde propiciar un baile hasta sentirse feliz o triste. La arquitectura, sea doméstica o no, la planificación y el urbanismo no son la excepción. Estas intenciones van cargadas, positiva o negativamente, de un bagaje que ese diseñador adquirió de acuerdo a sus años de experiencia y estudios. Aunque una diferencia entre estas manifestaciones es que la que se refiere a nuestro entorno construido en ocasiones tiene un efecto o reacción mucho más paulatina y diluida. Otra diferencia es lo difícil que es rectificar errores cometidos. En las canciones solo dejarlas de escuchar es suficiente, sin embargo nuestras ciudades heridas por muy malas y poco planificadas decisiones tienen unos efectos que pueden durar generaciones y otros efectos irreversibles.
El desarrollar en lugares no adecuados es una de esas malas decisiones que difícilmente, dentro del sistema actual, puede rectificarse. Desde mediados de siglo vente llega el fantasma de la suburbia, estableciéndose y manteniéndose hoy día. Con el objetivo de beneficiar a unos pocos a costillas y en menoscabo de muchos otros. Vendiendo una vida en comunidad ideal, casas y amenidades ideales, en desarrollos que hoy constatamos están sideralmente lejos de esa “finalidad”. Ocurrió como muchas otras cosas en nuestro Puerto Rico, ya teníamos, quizás no ideales, pero definitivamente una vida en comunidad real donde mínimo sentías la libertad de contar con el azúcar de tu vecino. Un ejemplo que demuestra nuestra reincidencia es la perdida de nuestro sistema de transportación colectiva, en potencia, nuestro tren que prácticamente rodeaba la isla. Todo perdido porque alguien con un “derroche de sabiduría” entendió que no valía la pena desarrollarlo para el futuro del país. Que diferente hubiese sido.
Ya en nuestras comunidades, tipo cementerio de vivos (por su configuración lapidaria), poca gente conoce a su vecino, pocos niños juegan en el árbol de mango (inexistente), pocos van caminando a comprar pan y quizás lo peor pocos se reúnen más allá de la discusión de quien debe el mantenimiento o que compañía de seguridad controle el acceso. Todas estas carencias nos las han disfrazado desde muchos años como desarrollos planificados. ¡Lo peor es que lo son! Con la diferencia de la intención. Esta planificación fue y va dirigida a alimentar el individualismo, logrando cabalmente su fin.
Es retórico entrar en los efectos añadidos a esta realidad, pues creo que lo vivimos todos los días. Sin embargo mencionaré a modo de ejemplo una de las más graves: la seguridad. Vivimos en un momento de alta violencia e inseguridad en nuestro entorno. A pesar de que esta realidad tiene muchas razones, nuestro entorno construido y sus creadores dejaron hace mucho de ser factor para mejorar nuestro hábitat. Las aportaciones de los “profesionales dedicados” a estos menesteres dejan mucho que desear. La seguridad se logra con nosotros en las calles, pero para eso hay que crear las condiciones adecuadas. Mientras más nos enclaustremos y separemos de los demás la inseguridad aflorará.
Nuestras intenciones deben, con premura, ser reconsideradas y reestructuradas. Por ejemplo, decisiones como los controles de accesos posiblemente son una de las peores que como colectivo hemos tomado. Irónico es una decisión del colectivo propiciando lo individual. Esto último es autodestructivo. Pensaba que ya los tiempos de la edad media en que tenías que protegerte con murallas y controles con guardias armados era parte de un lejano pasado. Me doy cuenta que cada vez nos acercamos más a seguir con esta idea. ¿Qué diferencia hay? Creo que lamentablemente en concepto ninguna.
Queremos en ocasiones tener los resultados rápido, al momento, esto es poco probable en este tema y en muchos otros que están profundamente clavados en el colectivo. Como diseñadores de nuestro entorno construido tenemos que clarificar nuestras intenciones. No debemos pretender tener las respuestas como si fueran fruto de algún árbol, pero esto no nos debe privar de mantenernos en la búsqueda de ellas. Estoy convencido que con aspirar a tener intenciones como las puede tener un músico: claras y definidas, vamos en camino a vivir como deseamos o quizás a vivir como ya habíamos vivido. Esto no nos librará de situaciones o errores, eso si, nos da infinidad de oportunidades para mejorar, y acaso ¿esa no debe ser nuestra intención?
CHRISTOPHER CASTILLO